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Cuenta cuentos

ANA Y SU PREMIO

ANA Y SU PREMIO

Había una vez una niña que se llamaba Ana. Un día los padres de Ana le premiaron ir al circo porque se había portado muy bien y fueron al circo y salió el elefante girando con la trompa una pelota y salió el tigre metido en una jaula después salió el mono haciendo tonterías y después salió el payaso con la cara pintada haciendo malabares, parecía gracioso con la cara pintada y también hacía tonterías , era tan gracioso que todos se reían de él. Ana se lo estaba pasando muy bien , no sabía que se lo iba a pasar tan bien en el circo.

Ya era hora de irse y cuando estaba paseando se encontró con su amiga Lucía y se fueron a un bar y se quedaron allí. Cuando Ana y Lucía terminaron de cenar jugaron al pillapilla y después los padres de Lucía y Ana terminaron de cenar se fueron a tomar un helado de chocolate y cuando se fueron a la casa y Ana se puso el pijama y se fue a la cama.

Antes de que Ana se fuera a la cama pensó que si se portaba bien habría más premios.

                                                                                           M.Y.S.G. 6 AÑOS.

TALLER DE CUENTACUENTOS

TALLER DE CUENTACUENTOS



Dentro de las actividades grupales que desarrollamos en el Hospital de Día, está el Taller de Cuentacuentos. Se imparte semanalmente y lo dirigen la maestra del aula hospitalaria junto con la enfermera.(siempre bajo la supervisión de la psicóloga coordinadora del Hospital de Día) Acuden una media de ocho niños y niñas y la temática de los cuentos es variada y siempre encaminada a trabajar educación en valores, imaginación, emociones, resolución de conflictos, educación para la salud...
Este cuento que a continuación leeréis, lo incluímos en el Taller y con él los niños y niñas aprendieron un poquito mejor cuáles son las claves para llevar una vida saludable. Además, al final... éste es el póster que elaboraron entre todos...

¿QUÉ OS PARECE...?


CUENTO: LA POCIÓN DE LA MALA VIDA

Hace muchos, muchos años, todas las personas estaban fuertes y sanas. Hacían comidas muy variadas, y les encantaban la fruta, las verduras y el pescado; diariamente hacian ejercicio y disfrutaban de lo lindo saltando y jugando. La tierra era el lugar más sano que se podía imaginar, y se notaba en la vida de la gente y de los niños, que estaban llenas de alegría y buen humor. Todo aquello enfadaba terriblemente a las brujas negras, quienes sólo pensaban en hacer el mal y fastidiar a todo el mundo.
La peor de todas las brujas, la malvada Caramala, tuvo las más terrible de las ideas: entre todas unirían sus poderes para inventar una poción que quitase las ganas de vivir tan alegremente. Todas las brujas se juntaron en el bosque de los pantanos y colaboraron para hacer aquel maligno hechizo. Y era tan poderoso y necesitaban tanta energía para hacerlo, que cuando una de las brujas se equivocó en una sola palabra, hubo una explosión tan grande que hizo desaparecer el bosque entero.

La explosión convirtió a todas aquellas malignas brujas en seres tan pequeñitos y minúsculos como un microbio, dejándolas atrapadas en el líquido verde de un pequeño frasco de cristal que quedó perdido entre los pantanos. Allí estuvieron encerradas durante cientos de años, hasta que un niño encontró el frasco con la poción, y creyendo que se trataba de un refresco, se la bebió entera. Las microscópicas y malvadas brujas aprovecharon la ocasión y aunque eran tan pequeñas que no podían hacer ningún daño, pronto aprendieron a cambiar los gustos del niño para perjudicarle. En pocos días, sus pellizquitos en la lengua y la boca consiguieron que el niño ya no quisiera comer las ricas verduras, la fruta o el pescado; y que sólo sintiera ganas de comer helados, pizzas, hamburguesas y golosinas. Y los mordisquitos en todo el cuerpo consiguieron que dejara de parecerle divertidísimo correr y jugar con los amigos por el campo y sólo sientiera que todas aquellas cosas le cansaban, así que prefería quedarse en casa sentado o tumbado.
Así su vida se fue haciendo más aburrida, comenzó a sentirse enfermo, y poco después ya no tenía ilusión por nada; ¡la maligna poción había funcionado!. Y lo pero de todo, las brujas aprendieron a saltar de una persona a otra, como los virus, y consiguieron que el malvado efecto de la poción se convirtiera en la más contagiosa de las enfermedades, la de la mala vida.
Tuvo que pasar algún tiempo para que el doctor Sanis Saludakis, ayudado de su microscopio, descubriera las brujitas que causaban la enfermedad. No hubo vacuna ni jarabe que pudiera acabar con ellas, pero el buen doctor descubrió que las brujitas no soportaban la alegría y el buen humor, y que precisamente la mejor cura era esforzarse en tener una vida muy sana, alegre y feliz. En una persona sana, las brujas aprovechaban cualquier estornudo para huir a toda velocidad.
Desde entonces, sus mejores recetas no eran pastillas ni inyecciones, sino un poquitín de esfuerzo para comer verduras, frutas y pescados, y para hacer un poco de ejercicio. Y cuantos pasaban por su consulta y le hacían caso, terminaban curándose totalmente de la enfermedad de la mala vida.

El Sol y la Luna

         Hace ya mucho, mucho tiempo, más del que cualquiera de nosotros puede imaginar, el firmamento no era tal y como lo conocemos ahora. El Sol era bastante más pequeño y menos brillante que ahora. Su padre, el Cielo, era algo severo y gruñón. Muy a menudo se enredaba en discusiones y tormentas con todo el que pasaba por sus dominios. Su esposa, la Luz, era en cambio mucho más dulce y tranquila. Mimaba todo lo que podía al pequeño Sol. Ella tenía la ilusión de que un día su hijo se hiciera mayor y fuera el astro más hermoso y brillante de los que poblaban aquellas regiones. El Cielo y la Luz eran una pareja inseparable y puede decirse que muy felices. Tan sólo alguna que otra vez tuvieron alguna discusión por culpa del Rayo y la Centella, hermanos de la Luz y tíos, como es lógico, del pequeño Sol.

         Conforme fue creciendo, el Sol fue acercándose más a su padre. Le fascinaba su enorme tamaño y se maravillaba continuamente de su fuerza, su generosidad y su infinita sabiduría. Llegó incluso un tiempo en el que consultaba a su padre para cualquiera cosa que pensara hacer.

         -¡Papá! ¿puedo ir más allá de aquellas montañas? ¿Me dejas que lance mis rayos en ese desierto? ¿Puedo atravesar a esas nubes y asustarlas?

         Definitivamente, se estaba haciendo mayor, y su madre, la Luz, pensaba que pronto su pequeño tendría que tomar un rumbo propio y dejar de estar protegido en el hogar familiar.

         Un día el Sol, en uno de los largos paseos que acostumbraba a dar, se encontró a alguien que le llamó poderosamente la atención. Sintió un escalofrío especial, aunque él ya fuera todo un Sol, y pensó que podría ser eso el amor del que su padre alguna vez le había hablado. Se trataba de una hermosa chica, de nombre Luna, algo más joven que él. Su suave luz, su dulzura y su extraña delicadeza lo habían cautivado.

         -¿Será esto que estoy enamorado, mamá?

         -Hijo -le dijo su madre-, ya hacía algún tiempo que esperaba este momento. La respuesta que me pides sólo puedes encontrarla dentro de tu corazón. Nadie puede acertar o equivocarse por ti.

         El Sol pensó que su madre no le había contestado a su pregunta y que debía ser una decisión muy importante que tenía que tomar él solo.

         La Luna era una chica nacida de la Tierra y el Mar. Era algo tímida y vergonzosa, por eso no quería nunca separarse de su madre y andaba continuamente dando vueltas a su alrededor. Poco a poco también se había convertido en una chica muy elegante y hermosa. Le encantaba que los seres humanos se quedaran largo rato mirándola y disfrutaran de su suave luz, quizás a veces fuera algo presumida, pero nadie le ganaba en simpatía y dulzura.

         Sus encuentros con el Sol eran muy breves. Alguna que otra tarde o al amanecer se veían fugazmente. Aunque fuera poco tiempo para conocerse muy bien, igualmente ella supo muy pronto que se había enamorado del Sol. A su madre, la Tierra, se lo dijo con una total seguridad:

         -Mamá, ya sé que aún soy un poco joven, pero creo que he encontrado al amor de mi vida.

         Efectivamente, la palabra "amor" le venía un poco grande. Puede que a nuestra celestial pareja le faltara algo de madurez para tomar esa decisión tan seria. La juventud a veces se precipita cuando se trata de valorar los sentimientos.

         Como todos estáis ya suponiendo, los preparativos para la boda no se retrasaron mucho. El feliz enlace se dispuso para ese mágico día en que la Tierra se inclina más hacia el Sol, justo cuando comienza el verano, cuando los niños de ahora comienzan sus más esperadas y largas vacaciones.

         Fue una ceremonia hermosa (los seres humanos, tan bobos como siempre, pensaron que sólo era un eclipse de Sol). Había invitados de ambas familias y algunos vinieron de los lugares más lejanos del Universo: las montañas, los luceros, los ríos, el viento, los nubarrones, muchos planetas con sus pequeños satélites, la Estrella de la Mañana... ¿Para qué seguir? Fueron muchos los invitados y todos iban vestidos con sus mejores galas. La novia montada en el carro de la Osa Mayor brilló radiante aquella noche.

         Durante algún tiempo la pareja se sentía muy feliz. Era como si los dos pasearan montados en una nube. No tardaron mucho en nacer algunas estrellitas que, como todos los bebés, reclamaban continuamente la atención y el cariño de sus padres. Es verdad que el Sol tenía mucho trabajo y era la Luna la que más se ocupaba de sus pequeñas estrellas.

         No duró mucho el entusiasmo y la felicidad del primer momento. A veces el Sol se perdía con los negros nubarrones y la Luna se enfadaba porque pasaba poco tiempo en casa. Cuando el Sol pasaba mucho tiempo en el cielo, y la pareja estaba por lo tanto más feliz, eran los seres humanos los que se quejaban y protestaban porque no podían soportar el calor que sus rayos esparcían sobre la Tierra. En otras ocasiones, era el Sol el que se quejaba a su mujer:

         -Eres muy variable, tan pronto te veo alegre y radiante como triste y ojerosa. Me gustaría que fueras más estable y no tener que esperar a ver cómo apareces cada noche.

         Las discusiones aumentaban. Unas veces por culpa de uno, otras veces por la del otro. Incluso las tormentas, los rayos y los vientos huracanados eran motivo de frecuentes peleas entre la pareja. Las pequeñas estrellas sufrían mucho en ese ambiente y se notaba, sobre todo porque brillaban menos que el resto de estrellas y luceros del firmamento.

         Por consejo del sabio Cielo, decidieron probar soluciones de todo tipo. Hasta llegaron a estar algún tiempo siempre juntos en el cielo, día y noche. Pasar más tiempo juntos tampoco arreglaba nada. Incluso los seres humanos protestaron de nuevo enérgicamente porque siempre estaban el Sol y la Luna en el cielo:

         -¡Así es imposible dormir! -decían unos.

         -¡Hace un calor inaguantable, no podemos vivir de esta forma! -gritaban otros.

         El Sol decía que tenía que cumplir con su trabajo y la Luna también se quejaba de que se sentía agobiada con tenerlo siempre al lado:

         -¡Nunca dejas que yo brille cuando estás a mi lado! ¡Lo que pretendes es que nadie me admire ni me valore! -le dijo en una ocasión.

         La situación se hizo insostenible, algo había que hacer. Los abuelos, el Cielo, la Luz, la Tierra y el Mar no querían entrometerse porque sus consejos podrían ser malinterpretados. Tampoco las pequeñas estrellas querían intervenir en las cosas de los mayores, sin embargo era evidente que cada vez brillaban menos y sufrían más...

         ¿Cuál sería la mejor solución?

         A. C. C.

LA ESTRELLA REBELDE

LA ESTRELLA REBELDE

Después de algún tiempo, la Luna y el Sol se encontraban muchas mañanas durante un ratito y hablaban de sus hijas: las estrellas.

Sobre todo de una de ellas, que siempre estaba malhumorada y culpaba de todo a su madre, la Luna.

Pensaba que su padre, el Sol, era el que tenía razón: era más grande, tenía mucho trabajo, daba mucha luz, siempre tenía la misma forma, y cuando no aparecía durante semanas, lo hacía porque la Luna discutía con él, y le decía cosas que le molestaban. Para esta estrella, su padre, el Sol, era lo más grande del Universo, y pensaba que su madre, la Luna, debía de estar muy agradecida porque él se hubiese fijado en ella.

Tendría que estar contenta por ser la elegida para casarse. Sobre todo, -pensaba la estrellita-, que lo que debía hacer su madre era callarse y obedecer al Sol.

Desde el momento de la separación, nuestra estrella empezó a sentirse muy enfadada y todo su malestar lo centró en su madre, la Luna.

Por las noches, se quedaba escondida en la casa del Sol, se tapaba con nubarrones para no brillar y no ser descubierta.

Su madre, la Luna, cada día estaba más triste y preocupada, y recorría el Universo en su búsqueda, y cuando la encontraba, la pequeña estrella empezaba a llorar y a gritar.

Entre lágrimas decía que su madre, por las noches se iba de paseo por el Cosmos, y las abandonaba.

Su padre, el Sol, no la creía, y muy enfadado le reprendía, y afirmaba que su madre, la Luna, cuando salía por el Universo, lo hacía para buscarla y que eso tenía que terminar.

Pero nuestra pequeña estrella seguía enfadada, y ahora todavía más. Sentía pena por su padre, el Sol, que después de todo seguía defendiendo a Luna y decidió que no haría nada de lo que mandara su madre.

Se volvió desobediente, no respetaba a sus hermanas y siempre quería estar en el sitio que no le correspondía.

Era envidiosa y les decía a sus abuelos, que Luna nunca estaba en casa con ellas, que llegaba siempre tarde para acostarse y no las dejaba brillar, que muchos días llamaba a sus amigos, los nubarrones negros, para que las hermanas no la vieran y las castigaba sin razón.

Añadía entre sollozos, que con sus hermanas se portaba mejor, y que les había prometido que cuando crecieran las dejaría formar figuras que dejarían a los hombres admirados, pero que a ella... por defender a papá Sol, la tenía olvidada.

Tantas cosas dijo nuestra estrella, que los abuelos decidieron hablar con el Sol, para que no dejara a las estrellas estar con su madre: ellos se ocuparían de cuidarlas cuando el Sol brillar.

El Sol estaba muy enfadado y al amanecer esperó a Luna.

¿SABEÍS LO QUE OCURRIÓ?